viernes, 5 de julio de 2013

Franco


El día amaneció nublado. Yo necesitaba esas nubes.

Salí a  caminar, ya sin cámara. A ella no le gusta la humedad. La playa estaba sola de humanos y repleta de naturaleza, como a mi me gusta . Aproveché para entregarle al mar sentimientos inútiles. De esos inexplicables, intensos y mal aprendidos. Bajó entonces una bruma que me dejó sola con el mar y un par de pájaros. Invadida de nubes me sentí abrazada. Y en medio de tanta nada apareció Franco. Un muchachito con la edad de mi hijo que paseaba un par de perros que según él, lo habían elegido de mascota. Me habló del alma, de su mamá, de su dolor. De gente que te dice que no servís para nada, hasta que casi te lo crees. Yo le hablé de no olvidar, de hacerse cargo de lo que se siente, de lo que se vive, de lo que nos pasa, de lo que se es.  Le prometí que todo iba a estar bien si seguía a su corazón. Le pedí que lo cuide y que trate de cuidar el de los demás y todo iba a estar bien. Hablamos de no aferrarse, de dejar ir, sin olvidar.  Me dijo que iba a leer mi libro. Yo le dije que iba a pensar en él. 
Me fui diciéndome: “Estos encuentros en Palermo, no se consiguen.” Después vino el pingüino y todo se desmadró. Pero esa es otra historia.

1 comentario:

  1. Un grande encerrado en un niño. Igual podrías aclarar lo de 'todo se desmadró' en torno al pinguinito...

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