lunes, 27 de noviembre de 2017

Cartas








Recuerdo la sensación de llenar papeles, blancos inmaculados, con cientos de palabras. Alquimizar tristezas, sabores, imágenes y transportarlos sanos y salvos al papel. El borrón inconfundible de una lágrima impregnada para la posteridad y que sin querer, enfatizaba lo escrito. Eran épocas confusas e intensas. Había tantos factores que debían encadenarse y funcionar para que esa carta llegara al destinatario que no había más que confiar en la suerte.
Solía ensayar la letra durante un rato largo, maldecía esos trazos desordenados e incompresibles hasta que descubrí la grafología y lo entendí todo. Siempre el mismo saludo: “Buen día con sol” aunque lo que siguiera fuera una despedida, una suplica o una declaración de amor.
Aún conservo cuadernos repletos de esas que nunca fueron enviadas, por falta de dinero, de tiempo o la simple sensación de que no habría quien rompiera el sobre para hacerla nacer en otros ojos.
¿Qué habrá sido de aquellas que si llegaron a destino? ¿Serán aun hojas amarillentas envueltas en cintas rojas o compost de algún relleno sanitario? Me inclino más por lo segundo.
Hoy extraño profundamente la posibilidad de escribirte una carta. Quizás así podría hacerte entender todo el misterio que mi voz y tus oídos se niegan a desentrañar. Quizás serían tantas carillas que te aburrirías antes de terminarlas, pero eso también querría decir algo que los oídos disimulan mucho mejor.

La tarde cae indiferente, los carteros terminan de entregar boletas, extractos bancarios y dejando el fondo de sus bolsos para mañana. Las malas noticias pueden esperar. Los perros ya no tienen a quien ladrarle entonces lo hacen entre ellos. Y yo, sigo soñando con cartas que nunca voy a escribir y menos aún enviar.

lunes, 19 de junio de 2017

Yo fui una adolescente que no lloraba.




Yo fui una adolescente que no lloraba. No me mire así, no se deje engañar por estos ojos inundados de tristeza, sigo siendo la misma, solo que ahora lloro mucho. Quizás solo sean esas lágrimas que acumulé cuando pensaba que llorar era una debilidad. Hay que ser tan valiente para derramar lágrimas, para reconocer los errores y que salgan del cuerpo en forma de agua salada. Como mares desobedientes, u obedientes , según del lado de la luna que se los mire.
¿Si tenía tristezas? Si, miles, calladas y dispuestas a salir cada noche a atormentarme. Había juntado una a una, ninguna lograba escapar a esta memoria tan astuta e inquebrantable. Intenté todo para hacerla declinar sus armas, pero no está dispuesta a dejarse convencer. Ella es así, desde que tengo memoria.

Ahora soy una mujer, casi cincuenta, y lloro. Lloro las discusiones, los embates del destino, las malas decisiones,  las enfermedades de mis hijos,  las muertes de cuerpos, de almas, de ideales y de esperanzas. Lloro los problemas con solución o sin ella. Lloro las noches oscuras y los días de sol. Lloro las muertes de todos los bandos. Lloro los golpes que dan manos, palos, o abogados de doble apellido. Lloro porque no puedo dejar de llorar. Lloro para ver si con un poco de agua puedo ver las soluciones a los problemas cotidianos que a veces se me escapan entre las manos. Quizás, de tanto llorar, sea una anciana sin lágrimas que lea al sol en el banco de una plaza o con los pies en un océano inmenso que reemplace las lágrimas.  No me pida que no llore, se que es difícil ver a otro llorar sin contagiarse, casi como un bostezo, o una gripe invernal. Pero no se preocupe, llorar no es tan malo, solo tiene mala prensa. Llorar limpia, oxigena, descomprime y a la larga uno para de llorar. Yo por ejemplo, me seco las lágrimas, limpio mis mocos, me arremango y vuelvo a la lucha. Así que no se preocupe, déjeme un ratito más derramar penas, para que se vayan todas de una vez y pueda volver a sonreír. Déjeme un ratito más y le prometo que no se va a arrepentir.

domingo, 2 de febrero de 2014

Zapatería "La cenicienta"




 Tenía unos pies tan grandes, que no cabían en esos zapatos rojos que observaba desde la ventana. “No voy a volver a comprar zapatos que no pueda usar”, se repetía  mientras empañaba el vidrio con su aliento. “No voy a volver a comprar zapatos que no pueda usar”, mientras empujaba la puerta con la espalda. “No voy a volver a comprar zapatos que no pueda usar”, terminó de decir en voz bajita mientras se paraba frente a vendedora.

-       ¿En que la puedo ayudar? - dijo la jovencita mientras miraba de reojo las zapatillas azules talle 43 que sobresalían del jean.            
   Quisiera los zapatos de la vidriera, los rojos. En talle 37 - se apuró a decir antes de que la vendedora le dijera: “Vienen hasta el 40” - como lo hacían siempre.
-       Aguárdeme un segundo por favor- dijo, antes de perderse detrás de un aparador que disimulaba la puerta del depósito.

Ella aprovechó para mirar todos los escaparates. Vio esos de taco aguja, amenazantes y a su vez provocadores. Acarició unos de gamuza negra con una hebilla dorada en forma de corazón. Llegó hasta una mesa donde brillaban un par de cristal, sobre un almohadón rojo con vivos dorados y un cartelito que decía: “Zapatería “La cenicienta”, desde 1940 encontrando la horma de tu zapato”. Pensó en guardarlos en la cartera y salir corriendo, pero era consciente de que no llegaría muy lejos con esos “43”, que de tan grandes le dificultaban caminar.
Volvió la vendedora trayendo los zapatos envueltos y con una seña le indicó que se encontrarían en la caja. Mientras caminaba a su encuentro pensó: “No lo hagas, esta vez no”, mientras se miraba en el espejo del probador. “No lo hagas, está vez no”,  cuando llegó a la caja terminó la frase casi en voz alta “…esta vez no”.
-       Quiero probarlos.
-       Pero… – fue lo único que atinó a decir la vendedora mientras veía como le arrebataban el paquete.

Rompió rápidamente los papeles, abrió el empaque y los vio.
Sonrío mientras se sacaba la zapatilla. Todos en el local se quedaron mirándola seguros de estar a punto de presenciar una escena. Todos sabían que los zapatos no le quedarían, pero nadie estaba seguro de que pasaría después. ¿Lloraría? ¿Gritaría?
Todos esperaban lo peor.
Ella lentamente apoyó el zapato en el suelo y metió 3 dedos en él, mientras miraba el espejo del piso que reflejaba el momento.
-       Son perfectos, los llevo. Dijo con la voz más segura que pudo hacer pasar por el nudo de su garganta.
Justo en el preciso instante en que la vendedora iba a empezar a hablar, en un intento de hacerla entrar en razón, una nena que estaba de la mano de su mamá comenzó a aplaudir y a gritar: “Es cenicienta, el zapatito le fue, encontramos a cenicienta.” “Encontramos a cenicienta”, escuchó mientras pagaba en la caja. “Encontramos a cenicienta”, mientras le daban el vuelto. “Encontramos a Cenicienta”, al cerrar la puerta de su casa. “Encontramos a cenicienta”, y finalmente se durmió.   

viernes, 5 de julio de 2013

Franco


El día amaneció nublado. Yo necesitaba esas nubes.

Salí a  caminar, ya sin cámara. A ella no le gusta la humedad. La playa estaba sola de humanos y repleta de naturaleza, como a mi me gusta . Aproveché para entregarle al mar sentimientos inútiles. De esos inexplicables, intensos y mal aprendidos. Bajó entonces una bruma que me dejó sola con el mar y un par de pájaros. Invadida de nubes me sentí abrazada. Y en medio de tanta nada apareció Franco. Un muchachito con la edad de mi hijo que paseaba un par de perros que según él, lo habían elegido de mascota. Me habló del alma, de su mamá, de su dolor. De gente que te dice que no servís para nada, hasta que casi te lo crees. Yo le hablé de no olvidar, de hacerse cargo de lo que se siente, de lo que se vive, de lo que nos pasa, de lo que se es.  Le prometí que todo iba a estar bien si seguía a su corazón. Le pedí que lo cuide y que trate de cuidar el de los demás y todo iba a estar bien. Hablamos de no aferrarse, de dejar ir, sin olvidar.  Me dijo que iba a leer mi libro. Yo le dije que iba a pensar en él. 
Me fui diciéndome: “Estos encuentros en Palermo, no se consiguen.” Después vino el pingüino y todo se desmadró. Pero esa es otra historia.

martes, 21 de mayo de 2013

Escapada




Hay días que se vuelve más pesado recordar. Como si el solo hecho de meter apenas los pies en los recuerdos fuera escandalizantemente aterrador. Otros, en cambio, puedo zambullirme sin reparos y los menos, elijo el trampolín más alto y tiemblo en el proceso de lenta caída. Recordar y transformarlo en texto es, finalmente, un proceso alquímico que se lleva una energía de mi, que por momentos escasea. Hay días que solo lavarme los dientes parece un derroche insospechado de ella, entonces mis ojos se quedan sin pintar, mi pelo se acomoda perdiendo ese despeinado tan característico y le escapo al espejo que podría confesarme todas estas verdades de una sola vez. Crear es mucho más fácil que transformar, por eso me abrazo a estas letras que no siguen ningún orden, que se desparraman a su antojo, sin la fidelidad de mis ordenados recuerdos. Tiemblo de solo pensar que puede salir de mis dedos, por eso me aferro a la idea de que debería estar alquimizando y no creando. Ya es hora, jugué con las teclas, las volví nuevas y absurdamente combinables, ahora hay que volver a trabajar en la transformación que tanto anhelo y sin embargo tanto temo. Nos estamos viendo cuando me escape otra vez. 

jueves, 10 de mayo de 2012

Pausa





Me voy, un rato nomás, como las hojas del árbol que se arriesgan a tirarse en pos de su destino. Trataré de huir de los barrenderos y principalmente de las viejas del barrio que las prenden fuego en su afán de hacerlas desaparecer. De repente una luz que promete apareció en mi camino y como luciérnaga alocada me voy tras ella. Voy a extrañar esta sensación de sentirme leída, que suena tan parecida a querida, pero me voy a ver si me sale hilar mis pequeñas fotos en una historia que valga la pena leer. Volveré y seré alfajores como Jorgito, sillones como Luis XV y un robot bueno como Terminator. Me voy un ratito a soñar, porque si hay algo lindo en esta vida es Soñar y no cuesta nada...





sábado, 14 de abril de 2012

ladeladerecha


Y si, ayer por la noche me sentí mal. Nosotras,  las ignoradas de la Trastienda podríamos haber formado un club. Si bien soy una mujer felizmente emparejada, uno pretende de su cantante favorito, que reparta en forma equitativa, la histeria y la atención que cada una de nosotras fue a buscar. Parada frente a un escenario, no debería importar no ser buenamoza, sin embargo hay algún cantante, entre ellos mi ex, querido Pau Dones que no lo entienden. Entonces hacen subir a “una” al escenario para cantarle, bajan como mi amigo Ricardo y le cantan al ladito y mirándola a los ojos, aunque de ése yo paso, o en el caso de Dones le hace ojitos toda la noche a ladeladerecha, le dice que la quiere en su cama y le guiña el ojo. Y para concluir cuando ya todas estábamos superando el desplante, a punto de abandonar el escenario, la mira, la señala, le guiña el ojo y le indica con semicírculos del dedo, nos vemos después. Ah no! no tiene derecho a hacernos esto! Así que Pau, lamento que te enteres por este medio, pero al igual que con Tino lo nuestro terminó. Y a vos, si a vos, ladeladerecha, solo una cosa más, sabemos donde dormiste anoche, así que cuidate y cuida a tu familia, porque  sabemos donde vivís...