Tenía unos pies tan grandes, que no
cabían en esos zapatos rojos que observaba desde la ventana. “No voy a volver a
comprar zapatos que no pueda usar”, se repetía
mientras empañaba el vidrio con su aliento. “No voy a volver a comprar
zapatos que no pueda usar”, mientras empujaba la puerta con la espalda. “No voy
a volver a comprar zapatos que no pueda usar”, terminó de decir en voz bajita
mientras se paraba frente a vendedora.
-
¿En que la puedo ayudar? - dijo la
jovencita mientras miraba de reojo las zapatillas azules talle 43 que
sobresalían del jean.
Quisiera los zapatos de la vidriera,
los rojos. En talle 37 - se apuró a decir antes de que la vendedora le dijera: “Vienen
hasta el 40” - como lo hacían siempre.
-
Aguárdeme un segundo por favor- dijo,
antes de perderse detrás de un aparador que disimulaba la puerta del depósito.
Ella aprovechó para mirar todos los
escaparates. Vio esos de taco aguja, amenazantes y a su vez provocadores.
Acarició unos de gamuza negra con una hebilla dorada en forma de corazón. Llegó
hasta una mesa donde brillaban un par de cristal, sobre un almohadón rojo con
vivos dorados y un cartelito que decía: “Zapatería “La cenicienta”, desde 1940
encontrando la horma de tu zapato”. Pensó en guardarlos en la cartera y salir
corriendo, pero era consciente de que no llegaría muy lejos con esos “43”, que
de tan grandes le dificultaban caminar.
Volvió la vendedora trayendo los
zapatos envueltos y con una seña le indicó que se encontrarían en la caja.
Mientras caminaba a su encuentro pensó: “No lo hagas, esta vez no”, mientras se
miraba en el espejo del probador. “No lo hagas, está vez no”, cuando llegó a la caja terminó la frase casi
en voz alta “…esta vez no”.
-
Quiero probarlos.
-
Pero… – fue lo único que atinó a decir
la vendedora mientras veía como le arrebataban el paquete.
Rompió rápidamente los papeles, abrió
el empaque y los vio.
Sonrío mientras se sacaba la zapatilla.
Todos en el local se quedaron mirándola seguros de estar a punto de presenciar
una escena. Todos sabían que los zapatos no le quedarían, pero nadie estaba
seguro de que pasaría después. ¿Lloraría? ¿Gritaría?
Todos esperaban lo peor.
Ella lentamente apoyó el zapato en el
suelo y metió 3 dedos en él, mientras miraba el espejo del piso que reflejaba
el momento.
-
Son perfectos, los llevo. Dijo con la
voz más segura que pudo hacer pasar por el nudo de su garganta.
Justo en el preciso instante en que la
vendedora iba a empezar a hablar, en un intento de hacerla entrar en razón, una
nena que estaba de la mano de su mamá comenzó a aplaudir y a gritar: “Es cenicienta,
el zapatito le fue, encontramos a cenicienta.” “Encontramos a cenicienta”,
escuchó mientras pagaba en la caja. “Encontramos a cenicienta”, mientras le
daban el vuelto. “Encontramos a Cenicienta”, al cerrar la puerta de su casa.
“Encontramos a cenicienta”, y finalmente se durmió.

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